Un mundo sin librerías
Unos cuantos años de mi vida los viví en la colonia Roma. Una de las cosas que más disfrutaba de ella era caminar, comprarme un café o una bebida fría en caso de calor, y llegar hasta el corredor de Álvaro Obregón en donde hay un montón de librerías de libros viejos.
Mi favorita es una que queda sobre la calle de Córdoba, un poco antes de llegar a Obregón. El dueño de ese lugar es un señor de edad que todos los días abre su librería y atiende con una gran sonrisa. Me ayudaba a buscar los libros que quería, entre ellos me encontró varios de Jardiel Poncelaque restauró para mi con un poco de pegante en el lomo.
El olor de esos libros es alucinante, guardo y atesoro mis libros viejos, no me importa si no los volveré a leer, les guardo un gran cariño porque me recuerdan etapas de mi vida.
Ahora, uno de los planes que más disfruto con Mr. JC es irnos a una librería a tomar libros prestados de los anaqueles para mirarlos en el café y así decidir cuál de ellos compraremos.
Siempre que voy salgo con algo, a veces un libro, a veces una revista, pero inexorablemente me siento con la responsabilidad cósmica de apoyar esa industria que muere lentamente y me rompe el corazón.
“Un mundo sin librerías”, pensé hace dos días que salí de allí con un diccionario de las hadas y un libro llamado La magia, el pecho se me arrugó, no lo puedo concebir, es triste, muy triste.
Claro, tengo un Kindle y la mayoría de mi literatura la leo por ahí. Lo puedo llevar a todos lados, cuando estoy de viaje, cuando salgo a la calle, no pesa, llevo varios libros en una pequeña tableta y resulta conveniente a mi economía, pero me siento traicionando a mi gran hobbie: buscar libros de verdad. Es verdad, el planeta necesita más sostenibilidad y estos nuevos aparatos que desterrarán a las bibliotecas para siempre, son una buena opción para los árboles que diario caen para que una industria se sostenga.
Sin embargo, consciente como soy de mi adorado planeta, también creo en las técnicas de reciclaje que pueden, ya, sostener a la industria a punta de reciclar y reciclar papel que hemos utilizado en años y años de lectura.
Pienso en lo triste que será el mundo sin que haya librerías abiertas, sin que los niños lean al Principito mientras huelen sus páginas viejas, o el Quijote amarillento.
Pienso en que nuestro mundo se reduce a una pantalla y entro en crisis por los rituales de lectura son tan bellos, tan especiales, tan enigmáticos: tomar el libro en las manos, mirar sus portadas, leer un poco del autor, oler sus páginas que cuando son nuevas tienen un aroma distinto a las viejitas; sus colores, su tinta corrida en algunos puntos…
Y luego veo librerías cerrar, bibliotecas vacías y un montón de tabletas que tienen acceso, ya, hasta a los clásicos Griegos y las obras de Hemingway.
Así, agradezco haber nacido y vivido una niñez con libros de verdad, parques de verdad y amistades de verdad, porque un mundo sin librerías significa lo mismo que un mundo sin niños jugando en los parques y en cambio jugando con un iPad; significa lo mismo que las amistades por chat y la pérdida de tantos y tantos rituales necesarios para ser humano.
Deseo fervientemente que no me toque ver un mundo sin librerías, porque entonces, ese mundo, ya no será para mí.