Tirar, talar, romper, matar...
Tengo la bendición de vivir en un pedacito de planeta que aún conserva mucha vegetación. Diferentes especies de plantas y animales conforman la vida que crece en mi barrio.
Justo en la esquina de mi jardín, habita un gran gigante, un árbol denominado Jabuticaba que resulta ser una especie exótica de Brasil. Un bello ejemplar que produce uvas dulces y por montones que aterrizan en la blanca terraza manchándola de morado.
Esto puede sonar a queja. No lo es. Antes lo fue, cuando no había hecho las paces con las “imperfecciones” —según yo— de la naturaleza. Pensé en un millón de opciones, menté madres todas las mañanas, durante un tiempo, cuando me tocaba recoger las uvas entre cientos de mosquitos de fruta y limpiar a punta de cepillo una por una las manchas moradas del piso.
Aunado a esto cacé una pelea con dos iguanas tragonas que devastaron unas plantas que he cuidado con amor. Para mí eran decoración, para ellas un rico lunch de mediodía, y cómo no, ahora que las veo ¡hasta yo me las comería!
Así, comencé a buscar las respuestas en mi silente batalla con la naturaleza que habita en mi jardín. Y me encontré con las terribles soluciones.
No sólo me lo decían los jardineros, entre muchas personas a las que recurría, según yo, por sabiduría. No sólo lo mencionaban en algunos blogs, por medio de comentarios de personas que parecían tener el mismo problema que yo; los mismos problemas que yo.
“Tala el árbol, mata las iguanas”. ¿En serio? Pensaba, ¿de verdad esa es la solución del valiente? ¿Tala, mata, tira, acaba?
Me golpeó en la cabeza la seguridad, como uva que cae del cielo: por eso el mundo está como está. Por eso nos estamos acabando a nuestro planeta. Porque si un árbol nos estorba porque nos mancha nuestra terraza, entonces lo talamos y si una iguana osa comerse nuestras plantas, pues la matamos.
Para nosotros, seres humanos idiotas, es más fácil devastar que aprender a lidiar con algo. Somos perezosos, egoístas y comodinos. ¡Qué vergüenza con la madre tierra!
¿A mí alguien me mató cuando yo llegué a construir a este pedazo de tierra? ¿Le pedí permiso a esas iguanas que ya habitaban aquí para tomar lo que sería el piso de su vivienda?
Ellas llegaron primero, ellas viven en estos árboles que ahora me aconsejan podar para no tener que limpiar unas cuantas uvas con las que hoy hago mermelada. Ellas no tienen por qué ser asesinadas, ni evacuadas de su hogar y si tanto le molesta a uno que se coman sus plantas, pues entonces hay de dos sopas: o cambiarlas por plantas que no les gusten a las iguanas y obligarlas, así, a buscar comida en otro lado, u ofrecerles un espacio a ellas en donde puedan comer esas plantas y así todos vivir en paz.
La segunda es mi opción.
Antes de matar, talar o seguir acabando con nuestro planeta, por favor, terrícolas ¡pensemos! Cómo es que por nuestra comodidad acabamos con la vida, así con la mano en la cintura, con la facilidad que se dice: tala un árbol, mata una iguana, envenena al perro, seca un manto acuífero, tira la basura al mar.
Mientras a mí no me moleste que se joda el mundo, o mejor dicho, el planeta ¿no?