Primer paso: me responsabilizo
Recuerdo la primera vez que leí un libro con conceptos arrolladores. A las diez páginas yo sentí que, aunque ponía toda mi atención en ello, no había comprendido nada de lo que había leído. Sin embargo, había una extraña sensación de entendimiento, si observaba mi energía.
Eso pasa cuando comenzamos a abrir lo ojos a nuestras propias verdades, cuando nos quitamos los velos que han sido impuestos para nuestra domesticación humana.
Nuestra vida está repleta de instituciones que tienen sus propios intereses, no tanto por prevalecer como para controlar masas que sirvan a determinados sistemas. Nosotros no somos sino un soldadito más dentro de ese sistema. Un humano autodomesticado, como lo dice el maestro Miguel Ruiz, autor de Los cuatro acuerdos.
Esto quiere decir que, desde el momento en que abrimos los ojos al mundo, fuimos llevados hacia la interpretación de una determinada realidad. Nos enseñaron las conductas básicas como hablar y caminar, pero también nos enseñaron lo que “está bien” y lo que “está mal”. Siempre tuvimos dos opciones y, la verdad, así no funciona el mundo.
Somos el único animal que se domestica a sí mismo, que cuenta con un ego poderoso, que algunos llaman juez interno, que nos mantiene a raya.
Nosotros mismos tenemos el poder de trascender esos paradigmas. Para ello se necesita una mente abierta y confiar en que, aunque sientas que no comprendes algunos conceptos, no quiere decir que no queden sembrados para ser entendidos cuando tu camino así lo requiera.
Así, con la mente abierta y el alma receptiva, repite después de mí:
“Soy la/el únic@ responsable de mis emociones”.
Hacerme cargo de mis emociones es poseerlas y luego dejarlas ir. Es aceptar que todo es acción-reacción y que yo formo parte sonante en esa ecuación.
Los traumas no son culpa de tus padres ni del maestro que te humilló ni de la hermana que no te defendió. Mis traumas son responsabilidad mía porque no los he sanado y eso está en mis manos.
Permitirle al ego señalar a los múltiples culpables de todo lo que te ha pasado y está por pasar es obnubilar nuestra visión ante lecciones valiosas.
Nuestro ego debe ser una herramienta a utilizar en el camino de la conciencia, pero no podemos permitir que sea él quien lleve las riendas.
Aprende a diferenciar tus voces internas. Hay una fuerte y altanera que es la del ego. Esa que no quiere que se le atraviesen en la calle o que culpa a la secretaria por no recordarle de una cita importante o que se desquita con su familia cuando llega presionado a casa.
La voz de la conciencia es maternal, no regaña, no lastima, es dulce y siempre piensa en los demás y, por ende, en ti.
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