Espejito, espejito...
Muchas veces hemos escuchado que la razón por la que nos afectamos con determinadas personas es que nos vemos reflejados en ellas.
Estas ideas son complejas de comprender. ¿Cómo voy yo a parecerme o a reflejarme en ese ser que tanto me molesta con determinadas actitudes, acciones o palabras? Les voy a explicar cuál es mi forma de interpretar esto.
Cada cabeza es un mundo, cada persona es un universo en sí. Lo que sucede a nuestro alrededor no es más que nuestra experiencia de vida, por eso, asumir que contamos con la verdad absoluta es tan irreal como absurdo.
Cuando alguien nos hace salir de nuestras casillas, llorar, nos hace sentir humillados o tristes o enojados, no es más que nuestra reacción ante los estímulos de alguien más. Nadie tiene la responsabilidad —alias “culpa”— de cómo nos sintamos interiormente, sólo uno mismo.
El reflejo del que muchos maestros hablan —en mi experiencia de vida— no significa que uno se parezca a esa persona, tanto como esa persona represente lo que debemos aprender a dominar, no en otros, sino íntimamente.
Cuando alguien nos odia o nos hace la vida imposible, no son ellos los que nos hacen sentir mal, somos nosotros mismos los que permitimos sentirnos mal ante las acciones de aquellos con determinadas intenciones.
Cada quien tiene la opción en su vida de qué tipo de persona quiere ser y qué tipo de reacciones quiere tener. Lo que los demás hagan es su experiencia, son sus karmas, serán sus facturas por pagar, no las nuestras. Preocuparnos por las acciones de otros es derramar energía vital para trabajar en nosotros mismos.
¿Se dice fácil y es difícil? ¡Claro! Porque esa es una de las grandes pruebas que tenemos en la vida. Aprender a aceptar, incluso, con amor, a quienes están a nuestro alrededor por el motivo que sea que estén. Mirarlos con compasión porque ellos también están viviendo una experiencia de vida y en ella, afectarnos no es que sea su fin, es simplemente su modo. Incluso, muchas veces, la gente no quiere afectarnos, somos nosotros mismos los que nos permitimos —a nosotros mismos— que nos toquen las fibras que más nos hacen reaccionar.
Nosotros le damos chance a los demás que nos afecten, nadie tiene el poder por sí mismo de dañar a otro.
Por eso es que los pensadores y maestros, en mi parecer, hablan tanto del bendito espejo en el que nos reflejamos con todas las personas que llegan a nuestra vida. Porque si nosotros mismos tenemos la calma interna de dominar a nuestras reacciones y aliviar al ego, entonces no habrá nada en este mundo que nos pueda sacar de nuestro eje.
La solución, como en todo lo que al alma refiere, es intentar mantenerse siempre presente, siempre atento, no a las acciones de otros, sino a nuestras reacciones con respecto a otros.
Intentar amar al enemigo nos hace fuertes internamente, porque a medida que aceptemos con amor sus acciones, aprendemos a dominar nuestras reacciones y con ello aprenderemos a que nada, que no sea nuestra única y propia responsabilidad, nos afecte.