Buen viaje en cuatro patas
Hace pocos años le dije adiós al mejor amigo que tuve en mi pasado: mi labrador Chamán.
No todo el mundo comprende el dolor que se experimenta cuando un perrhijo parte al cielo de los perros. Solamente quienes han amado con todo su corazón a un animal saben cuánto se puede arrugar por su partida.
Ahora mi familia le dice adiós a su buen amigo Toby y no puedo evitar la sensación de dolor por la empatía que me genera la partida de un peludo que hace doler a unos cuantos humanos en este planeta.
Recuerdo la última noche que mi Chamán pasó en casa. Fueron 12 años de compañía incondicional, de acompañarme en mis alegrías, de brindarme su suave pelaje para abrazarlo cuando me sentía triste. De escuchar mis penas sabiendo que nadie como él para guardarme un secreto.
Se nos fueron los años jugando a la pelota e intentando destruir un pato de peluche que fue su fiel acompañante de vida. Poco a poco, mi amigo comenzó a envejecer, ya no corría como antes, ni tenía la agilidad de cuando era joven. En cambio, caminaba lento, pero eso sí, siempre atento a cuidarme a costa de lo que fuera.
Aquella última noche que pasamos, me despedí de él porque su cuerpo dolía de tal forma que no le permití a mi egoísmo que lo hiciera sufrir más. A la mañana siguiente, después de dormir juntos y prometernos amor eterno, más allá de las dimensiones existenciales, lo llevé al veterinario para que le diera su merecido descanso.
Mi amigo no quería partir, se aferró a la vida porque mi alma no quería dejarlo ir, sin embargo, llegó un punto en que la anestesia lo venció y su cabeza dejó sentir su peso en mis brazos temblorosos.
Así se fue alguien a quien amé y amo con toda la extensión de mi corazón. Han pasado más de tres años y aún lloro al recordarlo, aún se me eriza la piel al ver a un labrador chocolate corriendo que me recuerde la alegría infinita de mi fiel amigo.
Por eso me uno al dolor de quienes padecen la pérdida de un animal que uno no es capaz de referirse a él como eso, porque dejan de ser animales para convertirse en parte fundamental de nuestra familia.
Porque uno piensa en ellos en cada paso que se da, porque tener a un peludo en casa, sin importar la especie con la que hayamos decidido compartir nuestras vidas, es un amor que solamente se comprende una vez que se experimenta... si se tiene la suerte de experimentarlo.
Ellos se convierten en todo, y si no en todo, en gran parte de nuestra existencia. Son tan incondicionales que continuamente hacen quedar mal a un sinfín de humanos que desearían tener la “calidad humana” que nuestros animales tienen.
No queda más que saber que jamás serán olvidados, que siempre serán recordados con lágrimas que se escapan sin importar el tiempo que haya pasado tras su partida.
Curioso es que la única forma de aliviar tan profundo dolor es volcando nuestro huérfano amor sobre otro peludo que nos devuelva la alegría de escuchar las patitas caminando sobre el suelo, sus brincos de alegría al vernos llegar (aunque nos hayamos ido por cinco minutos), sus lengüetazos despreocupados con los que nos transmiten el amor que les hincha el corazón en el pecho.
Así parten nuestros amigos, los que nos enseñan tantas lecciones de vida que uno no alcanza a asimilar. Los que nos entregan su amor y su perdón sin pedirlo o exigirlo. Los que nos aman por lo que somos sin necesitar nada a cambio mas que mucho, mucho amor.
Buen viaje, Toby.