Te olvidé

El cielo se abrió cauto, divisé una cuantas nubes lluviosas, el horizonte se brumó... aun así vi tus ojos claros como la espuma. Caminé por senderos bifurcados, pedregosos, las nubes se apretaban, las primeras gotas cayeron;Mojaron mi cara con un claroscuro tibio, se confundieron con la sal de mis lágrimas... aún así vi tus ojos silenciosos como la noche. Me perdí entre claveles rojos, me recordaron la sangre que tiñe mis mejillas, me recordaron el rojo de tus labios... esos labios que muerdes cuando la incertidumbre enreda tu pensamiento. Llegué a una colina, húmeda, con un olor irreconocible al instante, un aroma propagado por el viento, mezclado con el sudor de mi frente, con el almizcle de tu aliento, con el sabor de tus besos que encontraron otra boca. Me perdí entre batallas inconclusas, entre palabras volátiles que iban y venían del recuerdo; ese recuerdo hoy ajeno, esas memorias sin materializar. Te perdí en el camino, solté tu mano que no hizo nada por retener la mía; te perdí un amanecer ansioso por la llegada de la noche, por la blancura de la luna que se ríe a carcajadas de tus desplantes, de tu ego herido, de mi cínica postura frente a la realidad. Continué mi camino, dejé atrás la colina sin lograr traer de regreso aquel aroma que taladraba mis sentidos ávidos por recordarlo, tocarlo, probarlo de arriba a abajo hasta que mi lengua diera una respuesta. No salieron palabras, mucho menos pensamientos, mi cabeza era un globo lleno de un líquido viscoso que entrecortaba los latidos de mi existir. Las nubes cedieron, el sol asomó sus rayos tras una montaña lejana que se tiñó de dorados sublimes; supe que debía llegar ahí. Deseé sentir ese tibio roce sobre mis hombros, para disipar lo inevitable, lo que mi pasado dejó en mi trayecto. Un sendero de trigo se levantó a mi lado, me acariciaban la piel quemada por tu ausencia, por tu decrépita sintonía... te dejé de escuchar. Sólo percibí la sinfonía de un viento que neciamente intentaba traspasar por mis oídos, cansados de buscar respuestas, exhaustos de tantas excusas viles, de tu voz. Un haz de luz penetró mis pupilas que se contrajeron para verlo de frente, mi sangre se calentó, la escarcha del dolor se fundió en aquel lecho deslavado... caminé sin mirar atrás. Otros ojos me miraron fijamente, se metieron bajo mi piel sin pedir permiso, sin consultarle a mi vulnerable corazón. Escuché una voz ajena y distante, un sonar lejano que llenaba mi cuerpo con vitalidad, con valor para no rendirme en el intento de despegar tu recuerdo de mi memoria. Un remolino de imágenes cegó mis pasos, tú, yo, nuestra vida juntos, mi ahora, mi futuro, mi ser sin ti. Una mano se alargó desde el sol, la tomé, me perdí en su apergaminada piel, en ese aroma no del todo desconocido, libre, apasionante. Sentí la sangre acelerar su paso entre mis venas, mi corazón se detuvo un instante, todo a mi alrededor se rompió como un cristal, los pedazos del pasado cayeron a mis pies, filosos... los tomé entre mis manos y los arrojé lejos, hacia ese haz de luz que deslumbraba mi vista. Se esfumó con ellos tu aroma, tu saliva espesa, tu sarcástica mirada, tu mentiroso sabor. Mi corazón volvió a latir, sereno. Te olvidé.

Ana Bolena Meléndez

La meditación es la energía que me mueve, a través de ella experimento magia. En M EDITA podrás encontrar meditaciones terapéuticas guiadas por mi, así como contenido con técnicas de respiración, visualización y sanación.

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