El fin de semana pasado, tuve la bendición y honor de asistir a un retiro que cambió mi vida y, con seguridad, la vida de la primera generación de mujeres Sachas Runas que allí estuvimos.
Poco a poco, te iré compartiendo por medio de este espacio, los aprendizajes que me llevo y que ahora atesoro en mi corazón como perlas sagradas de mi crecimiento.
Fueron tantas las ideas nuevas, la inspiración que recibí al verme conectada con mi verdadera esencia, que en un solo escrito me queda imposible expresarlo.
Así, confío en que la divina inspiración de la que me impregné caminando en amor y solamente amor, me de las palabras exactas y las imágenes perfectas para contagiarte de esta alegría que hoy hace cantar mi corazón.
Quiero comenzar con una confesión.
Yo era una mujer llena de miedos: miedo a la oscuridad, miedo a quedarme sola, miedo a dormir sola, miedo al closet abierto, miedo a que algo malo pasara, miedo a enfermarme, miedo a que mis seres amados enfermaran, miedos, miedos, miedos.
No es como que viviera aterrada en una esquina, pero mis pensamientos, constantemente, me daban las imágenes más terribles que me paraban los pelos y me obligaban a cancelar al universo toda posible energía que saliera de mi ser, debido a esos miedos.
La noche más especial del retiro, me recosté sobre mi espalda y comencé a ver el follaje de los árboles mientras mis compañeras y maestras cantaban alrededor del fuego. Era de madrugada, la luna creciente dejaba ver las siluetas de las nubes pasando por el cielo.
Entonces, esa misma luz de la luna, mezclada con la luz del fuego, me permitió ver las figuras que se formaban en el follaje.
Un montón de monstruos de diferentes formas. Las sombras hacían parecer que por los troncos subían lagartos oscuros, el aire cambiaba las figuras y las mutaba en nuevos monstruos.
Por supuesto, estaba consciente de que era solo mi mente la que formaba esas figuras, en realidad allí no había ningún monstruo, como normalmente no hay monstruos encerrados en el clóset, ni saliendo debajo de la cama.
Sin embargo, pude reflexionar, permitirme seguir imaginando esos monstruos, enfrentarlos y hablar con ellos. Si era mi mente la que creaba esas formas con las luces y sombras, entonces esos monstruos no habitaban en los árboles, ni en la luna, mucho menos en el fuego, sino en mi mente y mi pensamiento.
Pude dialogar con mi Ego y pedirle que seamos amigos, que me permitiera conocer mis monstruos, no para asustarme de ellos sino para saber que existen, que moran dentro de mi, pero así como las sombras amenazadoras de lagartos sobre el tronco del árbol, no son más que el reflejo mismo de mis miedos y temores.
Así, me quedé mirando mis monstruos sin voltear la mirada, por primera vez en la vida clavé mis ojos en sus ojos, en sus fauces y sus garras sedientas de asustarme. Así, comencé a encontrarles nuevas formas y, a consciencia, hacerlos mutar a diferentes monstruos.
Entonces, cuando entendí que los miedos, los monstruos, no son más que herramientas que el Ego utiliza para mantenerse a salvo, que mis pensamientos no son YO, sino que son fabricados por mi mente manejada por el EGO, comenzó a amanecer.
La luz se fue colando, poco a poco, por el follaje del árbol, desapareciendo los monstruos a punta de luz cálida.
Entendí que para desvanecer mis miedos y mis monstruos internos, solo debo aplicar luz, pensamientos positivos, amor desmedido para mi misma y lo que me rodea, así se disuelve todo lo oscuro.
Cuando accedo a ese poder luminoso que hay en mi corazón y confío en Dios o como sea que llames a tu interpretación de lo divino, es que no queda sombra alguna que permita que un nuevo monstruo se forme entre las telarañas de la mente insegura.
Entonces aprendí a dormir sola y con la luz apagada, sabiendo que los monstruos de la oscuridad no habitan en el exterior sino en mi propio interior, en donde ahora mantengo la luz encendida.
Aho.