La carta de renuncia de Godinez
Uno de mis propósitos de años nuevo fue vivir intensamente la vida. No perderme del camino y disfrutar los momentos que me hacen feliz, incluso esos que me roban algunas lágrimas... llorarlos hasta el tuétano para que no quede ningún suspiro pendiente.En este querer vivir me he topado con un nuevo sentimiento, un nuevo decreto que traje a mi vida y con el que lucho a cada momento: el juicio. Primero comencé por mí, y aunque hable en pasado no quiere decir que extendido a este presente haya dejado de luchar. Tengo un juez interno a quien llamo Godinez, que si se saliera y decidiera ejercer en un tribunal, haría temblar a cualquier enjuiciado. Me castigo durísimo y eso es un grave defecto porque no me tengo la suficiente tolerancia basada en la premisa que no dejo de ser humana y cometer errores. Pero me pasa algo muy curioso y es que mi juez es tan amargo conmigo como dulce con los demás, me gustaría comprenderme tanto como comprendo a los que llegan a mi vida y tener esa flexibilidad con mis errores como la tengo con los ajenos. Me parece muy sencillo enjuiciar a alguien, sentarlo en la silla del señalado y sacar todas las suposiciones posibles ante cualquier acción. Pero al ser yo la que me siento, por voluntad propia, en esa silla y permito que mi querido Godinez me pegue en las manos con la regla de metal dejando un dolor que retumba por todos mis huesos, me doy cuenta que prefiero no dar coba y dejar vivir. He pasado por situaciones, como todos, en los que hasta los propios amigos me han juzgado, en que me ha dado vergüenza dar la cara por el último huracán que causé y que seguramente hirió más susceptibilidades de las previstas... pero dentro de estos ojos venenosos he aprendido a levantar la cara y a no darle valor a las cosas que no lo tienen. Los seres humanos tenemos una capacidad increíble de señalar, de criticar y juzgar las acciones de otros, incluso cuando no tenemos ni la más pequeña vela en el entierro, nos gusta ir a visitar al muerto y hasta tocarlo por puro morbo. Además no nos damos cuenta que si miramos la paja en el ojo propio nos encontraremos con sorpresas insospechadas de nosotros mismos, incluso vislumbraremos situaciones parecidas a las que hemos juzgado, con respuestas por nuestra parte casi igualables con la respuesta ajena que tanto nos molestó y nos dio para hablar. Creo en el Karma y últimamente lo he aprendido a identificar, a darle la bienvenida a mi vida cuando en un intento de lucidez me asomo a través de la cortina de humo que nosotros mismos nos creamos para protegernos, y me doy cuenta que parece que viviera en un sartén en el que a veces estoy cociéndome por un lado y a veces por el otro. Esto me hace recordar frases catalogadas como lugar común "a veces se está arriba y a veces se está abajo...", "esta vida es una ruleta rusa, a veces ganas, a veces pierdes..." entre varias que no vale la pena repetir porque las sabemos de memoria. He tenido que recordar mi vida, los dolores que he causado, los pasos dados en falso y todas esas cosas por las que no solo mi juez interno me ha agarrado a palos, sino un montón de personas que han enjuiciado mis actitudes sin ni siquiera conocerme a fondo. He encontrado a una persona en el camino... alguien que tenía que llegar a mi vida por designio divino... de esas amigas en las que simplemente te reflejas y en un ejercicio por comprenderte a ti misma, comienzas por comprenderla a ella. Es tan difícil aprender a dejar los juicios a un lado, como encontrar a alguien que no lance ninguno al aire que lleve tu nombre, poder hablar con esa persona sabiendo que digas lo que digas, cuentes lo que cuentes encontrarás una risa de complicidad o un consejo sabio, con el único afán de ayudarte a ser más feliz. Y es que cada quien tiene su propio juez, sus motivos, sus formas de actuar... y si aprendiéramos a entender que casi nada es personal, que la mayoría de los dolores que pensamos que nos causan no son más que penas que nosotros mismos decidimos adoptar, que cada quien elige un rumbo y que es casi tan complicado como el del vecino y tiene los mismos bemoles que el de al lado. Estoy segura que en este afán por aceptar y ser aceptada se me puede ir la vida entera porque los juicios aparecen sin darnos cuenta, de repente nos encontramos señalando sin quererlo a alguien que además... seguramente nos ha señalado y en esa necesidad estúpida porque quien nos enjuició sea ahora víctima de nuestro juicio, se nos va energía que jamás recuperaremos. Es por eso que decidí clausurar el tribunal que habita en mí, prescindir de los servicios de Godinez y abrir nuevas plazas para personajes que me comprendan y que me enseñen a comprender a los demás.