Con la edad, duele más el golpe
Recuerdo cuando era pequeña y no me daba ni tantito miedo subirme a la copa de un árbol.
No me daba miedo ni caerme ni que las hormigas me picaran ni rasparme ni encontrarme una telaraña. No me daba miedo ver el mundo desde arriba, porque más que verlo, lo admiraba. Sólo me daban miedo las avispas y eso porque una me picó.
Luego, con la edad, me volví más miedosa. Entre las avispas, las abejas y los peligros que mi mamá veía y yo no, cuando era chica, dejé de subirme a los árboles, ahora no sé ni siquiera, cómo hacerlo.
Pienso en subirme a un árbol y calculo más los riesgos que las posibilidades de una maravillosa experiencia. Me volví precavida, premeditada y un tanto aburrida si es que la actividad genera un poco de peligro.
No me quiero caer, no me quiero cortar, no quiero que nada me duela, porque, pareciera que, con la edad, a uno las cosas le duelen más.
Y me enfrento al yoga, mi práctica mañanera que me enseña tantas cosas, entre ellas que por medio del dolor obtendré beneficios. Sí, me duele no sólo tomar la determinación, cada mañana, de practicar yoga en vez de sentarme cómodamente a leer mientras me tomo un café, sino también el calentamiento, porque mi cuerpo sigue frío y las estiradas apenas comienzan. Luego me duele el ego cuando sé que debo seguir, y luego me duele el miedo cuando llega la hora de mi momentum: pararme de cabeza.
Ahora, que lo hago sola, tengo miedo a caerme.
Y que me caigo. Y que pierdo el equilibrio y las piernas siguen derecho, no para delante sino para atrás, hacia donde los miedos me campanean obligándome a imaginar desde que me pongo un trancazo hasta que me desnuco y ¿qué creen? Pues no me pasó nada, mucho menos me desnuqué.
Entonces enfrento, un poco a fuerzas, el miedo, y me doy cuenta de que no pasó nada. Sólo un pequeño moretón y la firme conciencia de que cuando uno se cae el cuerpo responde sabiamente intentando amortiguar lo más que se pueda.
Mi nuca automáticamente pegó la barbilla a mi cuello llevándome a hacer una especie de maroma en la que caí medio sentada, medio de lado, pero nada pasó.
Y cuestiono mis miedos ¿serán así de idiotas todos? ¿Serán así de insulsos que dejo de disfrutar tantas y tantas cosas por miedo a caer siendo que la caída ni es tan grave?
Aprendo. Aprendo que aún tengo un cuerpo joven y que de un trancazo no pasa. Aprendo que para volver a caer y que valga la pena tengo que disfrutar esos minutos que paso de cabeza. Aprendo que si no ignoro el dolor de empezar y el dolor del miedo, no seré cada vez más equilibrada y con ello venceré casi por completo el mismo miedo a caer.
Pero lo que más aprendo es que cada que me caiga me tengo que recomponer y volver a intentarlo, porque si por el miedo fuera doblaría mi tapete y hasta ahí me llegaría una de las cosas que más me hacen crecer como persona.
Aprendo, pierdo el miedo y lo comparto para que lo hagan ustedes también.
Om.