Más amor en Chichen Itzá
La vida me obliga a creer en señales, para la muestra esta foto en la que las gotas de lluvia se encargaron de darle amor a mi lente y a mi visita, así mismo tuve la bendición de observar a un Quetzal que bajo la brisa, y en aquellas ruinas sagradas, me dejó apreciar su plumaje dorado y azul.
Llovía, llovía cálidamente y por fin pude conocer ese lugar que tanto había dejado para "el siguiente viaje a la Riviera". Es doloroso darse cuenta que algunos seres humanos han perdido la disciplina de honrar lo sagrado, poco a poco, nuestra especie se va convirtiendo en seres acartonados que no rinden culto a nada, ni a nosotros mismos.
La cultura maya es una cultura que me llega profundamente. No sé si es que en otra vida fui maya o cualquier idea mística que me haga tan enraizada con tan bello linaje cuasi perdido, pero lo que encontré en estas ruinas sagradas me partió el corazón.
Desde la entrada, más que llegar a una zona sagrada se siente como si se llegara a un parque de diversiones, como si se estuviera entrando a Xcaret o Xel-ha, pero no a una de las ruinas más representativas de los grandes sabios mayas, en donde la arquitectura se entreteje con aquella serpiente que baja en los equinoccios de primavera y otoño evocando a la majestuosa cultura mexicana.
No, me niego a creer que nuestros gobernantes son tan poco sensibles que han entregado este lugar a manos de mercaderes que aprueban que al viajero se le cobre 45 pesos por un simple café espresso. Me niego a creer que los mismos descendientes de esa cultura la ultrajan imitando sonidos de jaguares que saturan el oído para llamar la atención de los turistas que, con la lluvia encima, se veían obligados a pagar 15 dlls por una vil bolsa de basura plástica con forma de poncho.
Chichen Itzá ha sido convertido en un mercado, un mercado de artesanías baratas hechas en China que roban el trabajo a los verdaderos artesanos autóctonos. Las ruinas son un parque de entretenimiento que drena los dólares de los turistas a quienes no les queda de otra más que pagar los exagerados precios con los que valúan un refresco, un sandwich o un café.
Me pregunto por qué es que la ambición de convertir todo en un negocio nos vuelve tan poco sensibles ante lo que debería merecer respeto. Por qué no mostrar al turista la belleza de esa cultura con un riego de misticismo desde la entrada hasta la salida. ¿Quieren vender artesanías? ¡háganlo! Qué mejor que el viajero se lleve un recuerdo a casa, pero háganlo dando fuerza a los verdaderos artesanos que bien podrían ser personajes de la misma historia que nos contaran en Chichen- Itzá.
Yo quiero ver rituales dramatizados en las ruinas, un ejemplo del juego de pelota, a las mujeres mayas cocinando en sus anafres, tejiendo petates y cosechando frutos. Quiero ver un juego de luces que replique la bajada de la serpiente emplumada para quienes no podemos asistir en los equinoccios. Quiero ver que lo que pagué de mi boleto de entrada se vea reflejado en lo que voy a visitar.
Un mercadito bien logrado al final de la visita, con las artesanías de artesanos locales sería mucho más adecuado que la gritería de los marchantes en plenas ruinas que solo buscan abusar de quienes traen dólares y venderles baratijas de 10 pesos hasta en 10 dólares.
Es una tristeza que nuestro país esté en manos de tanto pícaro que no tiene respeto por nada, ni por su propia cultura, ni por sus propias raíces, ni siquiera por su propia patria. Pero eso sí, cuando llega la hora del fútbol, se enredan en la bandera ¡cuál el más patriota! Eso no es patriotismo, eso es hipocresía.
Ojalá, algún día, nuestro país vuelva a estar en manos de quienes lo valoren y lo aprecien como muchos mexicanos lo hacemos.
Por favor ¡Más amor a Chichen-Itzá!
Foto: AlasdeOrquidea