my oxford school will guide me to the light
Lo bonito de cada experiencia es que lo que para mi pudo haber sido el mejor recuerdo de todos, para ti pudo haber sido una pesadilla. Casi comparable a las montañas rusas, hay quienes disfrutamos del vacío y quienes se vomitan en él.
No voy a contar una experiencia vomitiva, ni más faltaba. De hecho, todas las experiencias que he vivido he aprendido a verlas como eso: experiencias. No buenas, no malas, simplemente experiencias. Eso es todo. Mi fin es compartir intentando apartar esos rezagos de los llamados "traumas de la infancia".
Hace unos días, el colegio que me vio crecer desde que tenía 5 años hizo un evento para despedir la sede que me tocó vivir.
El evento sucedió. No asistí pues no vivo en México pero vi un video que, en especial, me hizo hacer todas estas reflexiones y me puso a pensar demasiado en mi educación escolar.
Cada que llegan estas reflexiones de la educación como me tocó a mi, no puedo evitar reflexionar que me tocó una educación anquilosada y poco espiritual. OMG!!! Qué acabo de decir!!! Pero si estudié en la meca de los legionarios de Cristo –o millonarios de Cristo, como le dicen algunos por ahí– ¿cómo es posible que ose decir que poca espiritualidad?
Aquí ya traigo colgando un par de enemigos –muy posiblemente– estén echando madres con lo que digo, les invito a que sigan leyendo y bajen los puños. Porque recordemos que la evolución se da única y exclusivamente cuando miramos en retrospectiva, analizamos y hacemos ajustes.
Un video en especial me hizo llegar a todos estos recuerdos que se vinieron con pensamientos inevitables y con juicios ineludibles: todas las ex alumnas cantando el himno del colegio y el profesor Zavala, quien me dio clases de música en primaria, conduciendo, como en los viejos tiempos, a nuestro desentonado coro.
Mis recuerdos se remontan a una época en la que lo intelectual era más importante que lo espiritual. Yo aprendí a hablar inglés desde mi más tierna infancia, así como química de los más altos niveles y hasta literatura universal, pero mi comunicación con el Todo estaba interrumpida por un montón de protocolos que hoy no tienen ningún sentido.
También tenía que confesarme todos los viernes. Y ahí es en donde uno pensaría ¿pero no que cero espiritualidad? Y yo respondería ¿quién dijo que la espiritualidad se prueba en un confesionario?
Los jueves, mi tarea más profusa, era inventarme un pecado para compartir con el padre ojiazul que después de una bendición nos absolvía de todos los pecados terribles que una niña de 9 años podía tener.
Ojalá algún día me hubiera atrevido a lo que siempre fantasee: confesar que mis pecados eran las mentiras que decía en el confesionario para que la consagrada no me regañara porque no tenía nada qué confesar.
Por supuesto, al confesionario, ni a ningún lado, se podía ir sin chaleco o delantal. El argumento que recuerdo era porque nuestra camisa era blanca y se podía transparentar algo y no vaya a vernos algún hombre que divagara por el colegio.
Así iba uno, desde su más tierna infancia portando un delantal para que ningún maestro tuviera malos pensamientos con niñas de ¿9, 10, 11 años? ¿neta? No es mala onda pero si yo fuera profesor en aquella época, me habría sentido ofendido con la pura insinuación.
Entonces viene esta estrofa de el himno del colegio que me puso los pelos de punta y no necesariamente de alegría o nostalgia: my oxford school will guide me to the light.
Cada quien cuenta cómo le fue en la feria, a mi en esa feria como que no me fue taaaan bien.
A mi, en esa feria me dijeron que el sexo era algo oscuro y que la moral me mantenía santificada –entiendo la época y estoy segura que debe haber más apertura hoy en día, espero..–, que mi cuerpo debía taparlo para que otros no lo vieran y varias profesoras que nunca olvidaré me llegaron a bullear más que mis propias compañeras.
Cuento el anécdota cuando estaba yo en segundo de primaria: 7 años. Clase de inglés que dictaba Miss Lucero. Recuerdo claramente cuando la señora me señaló como hija de un hombre que hacía una cochinada de cine, que no aportaba nada bueno a la sociedad, la señora era hater de mi papá y se lo hizo saber con orgullo a su salón repleto de infantas.
Sí, yo soy orgullosa hija del hombre que cambió el cine mexicano por allá en los años 70: Ramiro Meléndez, el creador de Mecánica Nacional, El Muro del Silencio, Fé Esperanza y Caridad, Cachorros, Presagio... Mi padre es un crack del cine, rompió todos los records en taquilla y ha trabajado con los más chingones: Alcoriza, Buñuel, Gabo García Márquez, Taibo, Fons, Taboada.
Así pasó, una señora de más de 60 años me acribilló a punta de juicios sobre mi héroe en plena clase de inglés. No sé qué fue primero, si que yo fuera bulleada o una vez vieron que hasta la maestra me bulleaba pues muchas se dejaron ir.
Eso porque nunca nos metieron la tolerancia con el mismo ahínco que la confesión y el delantal.
Muchos de mis recuerdos de colegio son de opresión, de desgaste físico por exigencias absurdas.
Recuerdo filas de horas bajo el sol de la Villa de Guadalupe. Recuerdo haberme desmayado de tantas capas con las que me vestía el uniforme. Recuerdo la recreación del viacrucis, en donde también se desmayaron un par de incautas debajo de las mil y un capas que prevenían la lujuria que desata un corpiño con moñito rosa.
Recuerdo los reportes de conducta previos al fin de semana, en donde TODAS y cada una de tus FALLAS eran reportadas en un horrible tarjetón amarillo o rosa o verde, en el peor de los casos . El único "positivo" era el blanco pero solo lo recibías si durante 8 días no cometías ni un solo error::: ¿normal no? ¿Yo quiero saber qué ser humano que usted conozca, se equivoca con tanta frecuencia...?
Luego, por si estar castigada cada pinche semana por el bendito billete amarillo, no fuera poco, cada mes premiaban con bombos y platillos a la nena que tuviera 3 o 4 billetes blancos. Yo de verdad me pregunto cómo le hacían estas chamacas para no regarla en todo un mes. De verdad espero que no sigan así, que se equivoquen, aprendan de sus errores y sepan que hay sabiduría pura en la imperfección.
En aquellos tiempos, mi madre soñaba con que yo, a final de año le premiara con un banda de honor. Ni por donde. Mis papás tenían que agradecer que yo pasaba el año.
Para mi, el Oxford fue difícil, no sé si no tenía la misma capacidad de aprendizaje que mis demás compañeras o, igual que hoy, la opresión me bloqueaba.
Y vuelve nuevamente ese estribillo –si es que así se llama, el profe Zavala me corregirá si me equivoco– en el que no puedo encontrar esa luz a la que, según, tanto intentaron guiarme.
Hoy lo veo con perspectiva y hasta humor.
Recuerdo la vez que me hice pipí en el uniforme porque una niña de 5 años tiene que "educar su vejiga" y ser humillada en el camino hacia ello. Recuerdo la vez que llevé a mi muñeca favorita y me la quitaron, nunca la volví a ver, creo que entró como parte de donativos para una casa hogar para darme un escarmiento.
Recuerdo que a final de 6to de primaria se organizó una entrega de diplomas con a cualidad única de cada niña. Había la más simpática, la más amiguera, la más organizada, la más buena. Mi cualidad fue: la más penosa. Eso, entregado por las maestras como un juego divertido previo a graduarnos para secundaria.
No puedo evitar sentirme como en la película de Matilda, en donde tienes estos recuerdos de los seres que te educaron como si fueran villanos de peli para niños. Sorry, Oxford, pero esa fue la experiencia que me tocó a mi:
Todos los días nos recibía en la puerta una señora mala clase y enojada. Yo nunca entendí por qué Miss Lucrecia se la pasaba encabritada, gritando, hablando maluco y echando mala vibra desde las 7am. Digo, no la juzgo, me imagino lo divertido que debe de ser lidiar desde las 6am con un millón de chamacas con diferentes grados de energía infantil, pero si no le gustan los niños pues para qué trabajar en un colegio ¿no?
Han pasado más de veinte años que salí del Oxford, no como graduada sino como "adiós, me cambio de país". No recuerdo ninguna despedida, ni lágrimas, ni nada. Me recuerdo triste por dejar a mis amigas preciadas pero no por dejar la experiencia del colegio.
De hecho mi experiencia previa a graduarme del colegio fue una liberadora en donde durante un año completo trabajé por quitarme tanta capa mental. Desde afrontar mi complejo por mostrar las piernas hasta aprender a convivir todo el día con chicos.
Me encuentro aún y cada vez con más fuerza, en desacuerdo con la educación desde el miedo, el separatismo y la sobredosis de ideología con agenda.
Me encuentro en oposición absoluta por la cuadratura mental porque dentro de esa rigidez me he encontrado trabajando varios aspectos de mi vida. Deseo de todo corazón que la experiencia que yo viví haya sido parte de una evolución y que hoy en día se hayan sacudido conceptos sin sentido.
Que eduquen mujeres fuertes, en contacto con su sexualidad, con su diosa interna, con ese poder maravilloso de nuestra energía femenina. Deseo que eduquen mujeres que se puedan expresar sin miedo a ser oprimidas. Mujeres que no les de miedo equivocarse y que las premien no por ser perfectas sino por cómo salen de esas caídas o errores. Mujeres que no se sienten avergonzadas por su cuerpo ni mucho menos culpables porque las vean de tal o cual forma.
Recuerdo que cambié la hoja, la pasé, abur, a lo que sigue. Pero fue con este nuevo evento que muchas imágenes, recuerdos y vivencias, volvieron a emerger desde las profundidades de mi niña interna que ahora y en retrospectiva sana y entiende que todo eso era necesario para ser quien soy hoy.
Después de todo si me llevaron a buscar desesperadamente, el camino de la luz.
Mi amor y agradecimiento,
Anna Bolena Meléndez Tabares ¡presente!