Relato Erótico - El Rey Jaguar
Me pierdo mirando la belleza de la selva entre los caminitos de un parque natural en el que jamás imaginé lo que viviría.
Estaba buscando a mi grupo de amigas y de repente terminé metiéndome entre senderos selváticos que me perdieron más y más.
Sentí que no estaba llegando a ningún lado, pero el sonido de una música exótica me detuvo. Miré hacia un lado y hacia el otro tratando de decidir si regresar a mis amigas o adentrarme un poco más en la selva y averiguar de dónde viene esa música que se me mete en el inconsciente y me hace querer bailar como una diosa etérea de la selva.
No aguanté y seguí penetrando, el sonido de semillas golpearse entre ellas, unas maracas que se van volviendo más presentes, consistentes, y un tambor, como el corazón de la Selva, como el de la Madre Tierra.
Me hipnotiza, me lleva arrastrada desde las entrañas, esos sonidos, esos golpes, ese humo… el humo huele a copal blanco, a selva húmeda.
La música tribal se siente más cerca, alcanzo a escuchar a personas, como pasos o golpeteos del suelo con los pies. Escucho voces, gritos, pero no son de miedo, son parte de la música, es una voz profunda masculina, como un jaguar, que me retumba en el vientre y conforme más cerca la siento, es como si quisiera escucharla al oído.
Separo unas palmas que se meten en mi camino, tengo la piel erizada, el aroma, el sonido, el tambor, mi vientre…
A veinte metros de donde me escondo detrás de las plantas, veo a los responsables de esa música, de esos gritos, de esa voz de animal que anuncia que él es El Rey, El Rey Jaguar.
Es un grupo de hombres y mujeres con pieles de todas las tonalidades morenas, rojizas, cenizas, como el maíz, una muestra de colores tan mexicanos que me hacen vibrar las raíces.
Bailan con poca ropa, descalzos, tocando tambores, maracas e instrumentos indígenas que nunca había visto. Hay flores, hay humo, hay voces profundas que gritan como animales salvajes, como en honor al sol, a la vida, a la fertilidad de las mujeres que bailan como una diosas etéreas.
Ellas… tan sensuales, tan perfectas en su movimiento como si fuera un baile de apareamiento, en donde se mueven como el agua, como el viento, rodeando a alguien que está agachado, como a punto de nacer o renacer.
Mi corazón palpita, algo importante va a pasar.
Entre el círculo que forman estas mujeres se levanta un penacho de plumas iridiscentes, verdes, azules, profundas. En la mitad de ese penacho gigante, una gran máscara de Jaguar. Es el nacimiento de un Rey, del Rey Jaguar.
Las mujeres se abren para dejarlo salir del círculo que no me dejaba ver su cuerpo perfecto matizado con esa arcilla que pinta su piel de tonos tierra. Ellas bailan y mueven su cuerpo como en una danza de conquista en la que el Rey y la Reina se reconocerán y se escogerán para pasar sus vidas juntos, comenzando por hoy, por esta noche que será la testigo de sus cuerpos uniéndose en un mismo baile.
Otros hombres bailan alrededor, tocan instrumentos, gritan. Es como una orgía de movimientos, de bailes entre ellos que los envuelve en una aura mística, sensual que me hace encender la piel.
Y cuando comenzaba a fantasear con ese cuerpo de hombre con cabeza de jaguar, sentí sus ojos clavarse en mí. Era algo que no se esperaban, la música se detuvo y yo solo deseé correr. ¿Los habría importunado? ¿A lo mejor hice ruido?
Mientras me formulo todas esas preguntas, el hombre jaguar se acerca hacia mí, para correr era demasiado tarde. Además, al verlo llegar, era como en serio estar en presencia de un rey. No sé si por el penacho o por la ropa únicamente en los lugares necesarios, pero es imponente, aunque su mirada era dulce y amable, pero sobre todo es sensual, con una boca carnuda que destaca entre la arcilla oscura que le tapa la piel, con unos ojos miel, color gato, que me miran como lanzas de fuego.
El tiempo se detuvo, solo escuchaba el latir de mi corazón y el de mi vientre que me insistía en enfocarme en ese par de rayitas abdominales que se meten entre el taparrabos de cuero.
El Rey Jaguar me extendió la mano, frente a mí ese hombre de cuerpo glaseado por su sudor. Es delgado y tiene músculos que ni siquiera sabía que existen. Su abdomen marcado y sus brazos, esos brazos en los que podría perderme y lamer hasta hacerlos míos.
Su mano ahí, extendida, una mano como de tierra, con olor a naturaleza, era un sueño y no podía resistirme a ir con él a donde sea que me fuera a llevar.
En cuanto tomé su mano la música volvió a sonar y los gritos de celebración de hombres y mujeres se escucharon. Caminé de su mano hasta el lugar de la ceremonia en donde esas mujeres bellísimas me recibieron y comenzaron a desvestirme suavemente.
Una de ellas me dijo al oído “debes de recibir las vestiduras de la Reina”
Miré a estas mujeres rodeándome y bailando en curvas, como el agua. Retirando la arena de mis piernas con plumas que me comenzaban a erizar la piel. Una de ellas soltó mi bikini y me quedé solamente con la parte de abajo.
Llegó una mujer con la vestidura, un vestido prácticamente transparente, blanco, con apliques de piedras y tejidos, plumas y un penacho corto que parece una corona.
Me dejo llevar, no pongo resistencia porque lo que sea que va a pasar será la experiencia más exótica de mi vida.
Veía mis pechos a través de ese vestido, por un momento me sentí apenada, todos estaban viéndome prácticamente desnuda, pero igual… todos estaban semi desnudos… era solo mi paranoia.
Fue entonces cuando poco a poco, con una danza suave y sensual, el círculo de mujeres se comenzó a abrir y apareció nuevamente mi Rey Jaguar. Los tambores sonaron más fuerte, los gritos que se confunden con sonidos animales hacen erizar cada poro de mi cuerpo, me siento como una diosa, una más de ellas.
El Rey Jaguar pareciera deslizarse como un gato, como un felino que ha puesto sus ojos amarillos, en mí y yo me siento poseída por esa energía de Diosa encarnada y bailo, muevo mi cuerpo en ese mismo juego de conquista tribal.
Las mujeres y los hombres hacen ese mismo baile, ese cortejo mutuo en el que los cuerpos se pegan, se tocan y se desean, pero es despacio, no hay prisa, el tiempo es como si se detuviera en cada mirada, en cada mano que se desliza por el pecho de un guerrero, en cada lengua que se enrosca en el oído de una diosa.
Y yo sintiendo su cuerpo caliente detrás del mío, sus manos no me tocan pero se deslizan a una pulgada de mi cuerpo, su respiración en mi cuello dejando caer gotas de sudor que me abren surcos en la piel.
Siento mi pecho abrirse deseando ser tocado, deseando que esas manos con olor a tierra húmeda los apretaran. Pero solo siento su olfato, como si quisiera llevarse la esencia de mi piel, su olor. Cada golpecito de aire eriza los poros de mi piel que se muere por sentirlo.
Su olfato baja por toda mi columna vertebral, siento una luz caliente que pasa por donde pasa su nariz, iluminándolo todo con excitación y deseo. Sus manos suben hasta mis pechos pero no los toca, solo la yema de sus dedos queda a un milímetro de mi piel.
Ahora baja despacio sus manos, aún sin tocarme pero tan cerca que se siente el aire que pasa entre piel y piel, pone sus manos sobre mi vientre y comienzo a sentir que esa luz caliente me atraviesa, siento su respiración en mi sacro y sus manos a solo un milímetro del camino hacia el sur de mi cuerpo.
El calor entra y mi vientre se convierte en lava tibia que inevitablemente baja hasta mi sexo, sintiendo esa contracción deliciosa que activa las mil terminaciones nerviosas de mi entrepierna, lo quiero adentro de mí.
Mi deseo sube como mar de leva, dejo caer mi cabeza hacia atrás, mi cuerpo se contorsiona pero intento resistirme por pena a que me vean, hay tanta gente a mi alrededor y a mí el deseo se me sale por los poros, me siento consciente de eso y levanto la mirada, pero… ya no hay nadie.
Solo estamos el Rey Jaguar y yo y la selva y el olor a tierra húmeda y… su respiración, sus manos, su cuerpo cincelado perfecto por dioses mayas que hicieron muy bien su trabajo.
Ahora, en cambio, había una cama echa de petate y hojas frescas, rodeada de flores exóticas y plumas llenando ese lecho al que no quería dejar esperando más.
Volteé mi cuerpo hacia él e hice lo que más quería, besar su boca carnosa, sentir su lengua entrando en mi boca, sus manos apretando mis muslos, ese hombre imponente con penacho de Jaguar tiene saliva de manantial y aliento a hierbabuena.
Sus manos arrancan mi vestido, la tela es tan delgada que se desgarró en el primer intento, por fin sus manos agarran mis pechos, juega con ellos, su lengua rasposa hace círculos alrededor de mi parte más sensible, me mira a los ojos como queriendo ver en dónde se activa mi deseo.
Las piernas me flaquean, lo quiero adentro de mí, ya.
Me recuesto en el lecho y siento las plumas abrazar mi cuerpo, son plumas suaves como de aire, como de caricias que hacen que la piel quiera más, que hacen que el cuerpo se mueva solo y el sur palpite.
El Jaguar metido entre mis piernas, me besa la parte interior de los muslos mientras sus yemas colorean mi vientre, su lengua dibuja surcos que marcan ríos de humedad gracias a sus besos, a sus caricias.
Escucho mi respiración, es como si me hubiera metido en mí, escucho el tambor de mi corazón, escucho la marea de mi vientre que se vuelve cada vez más fuerte. Escucho mi deseo interno como garras de fuego que lo atraen hacia mí.
Sus dedos dibujan círculos de colores en mi interior, mis ríos se desbordan, siendo la humedad, siento el deseo moviendo mis caderas, siento su lengua bordeando mi punto exacto, ese lugar en donde explotan los volcanes en orgasmos.
Su lengua está allí, justo allí, en donde siento que pierdo el conocimiento, en donde mi cadera se inclina hacia adelante pidiendo más, más placer, más profundidad, más mío.
La explosión es inminente, la primera de ellas, la que abre el camino a esa torre de la cual no me quiero bajar nunca.
Nos sentamos el uno frente al otro, con las piernas engarzadas y lo que lo hace un hombre frente a mí, erguido, como si fuera de porcelana pidiéndome que lo tocara que lo besara y lo llevara hasta lo más profundo de mis entrañas.
Y eso hice…
Mis manos bajaron y subieron llevándolo al límite, ese límite delicioso en donde dejó salir un gruñidito y una gota de su elixir transparente. Mi lengua se encontró con ella y bailamos en la torre deslizándonos con mi saliva.
Lo llevé adentro, a la cueva, a ese lugar en donde solo es mío, por este momento, por este instante, en donde lo siento palpitar dentro de mí.
Su boca en mi boca, su respiración es mi respiración, somos uno moviéndonos a un mismo ritmo, en un mismo baile de placer en el que no hay máscaras de ningún tipo. Sus manos agarran fuerte mis caderas haciendo que se hunda más, doy un grito de placer y comienzo a sentir la lava subir nuevamente, el calor de mi vientre llamando al placer.
Mis caderas se mueven solas y buscan sentirlo tan adentro como se pueda, me pego a él y no puedo evitar llegar el punto máximo de placer en donde mi cuerpo se entrega a los sentidos y a la unión con este hombre, jaguar, rey, lo que sea, que me tiene botando la lava de mi cuerpo sobre él.
Siento sus dientes hundirse en mis pechos, levantando cada centímetro de esa aureola que se eriza por él… para él. Siento su saliva que deja huellas alrededor de mis pechos, de mi cuello, me entierra las uñas suave en la piel y deja salir un gruñido de su interior, un sonido animal de placer, de estar poseído por la danza eterna y animal del sexo.
El tiempo se detiene, nuestros cuerpos se detienen y miro en sus ojos que parecen galaxias, su piel se dibuja de estrellas y la noche comienza a llegar.
Con el sol poniéndose y el calor de sus rayos sobre la piel, el Rey Jaguar, en una maniobra felina queda sobre mí, mis piernas estiradas al cielo, mis pechos moviéndose hacia arriba y hacia abajo en un vaivén que él me marca.
Lo siento adentro, en el fondo de mí, caliente, como si fuera a explotar. La luz perpendicular ilumina las plumas de ese penacho que se mueve sobre mí como si perteneciera a un animal salvaje que se sacia con mi cuerpo, con mis jugos, con mi placer.
Una vez más me pierdo en la lava que sube en mi vientre, siento cómo cada terminación nerviosa entre mis piernas se enciende y almacena ese placer que pronto hace ebullición a punta de gemidos que me desbordan sobre él.
Siento mi cuerpo como una pluma, sin peso, sin equipaje de ningún tipo, solo soy placer, soy explosión, soy él que se funde conmigo con la Selva como un testigo caliente y silencioso.
Y en la cúspide de ese placer me encuentro con él, con su cuerpo etérico que se me confunde con las nubes. Siento su aliento en mi boca y sus manos apretando mis nalgas, como si agarrándose de allí pudiera llegar más profundo en mí.
Lo siento contraerse dentro de mí y por un momento me concentro en el calor interno con el que me atraviesa… es fuerte, constante, vasto y con cada golpe de su pelvis me lleva hasta ahí, a ese cielo rojo que nos cubre con su manto sensual.
Se mueve fuerte, duro, mi cuerpo es como de trapo, entregado a un placer que siento en cada uno de mis poros, adentro y afuera de mí, en mis labios, en mis montes, en mis aguas que se desbordan en un placer del cual no tengo control.
Sus gemidos se confunden con el sonido de la nueva noche, es como un tren que me penetra y luego vuelve y agarra fuerza para volver a entrar, lo siento hincharse hasta ese punto de la explosión del placer, en donde se contorsiona sobre mí generando más y más placer a esta ecuación que se multiplica cada segundo.
Siento mi interior abrazarlo, como si no quisiera dejarlo ir, como si quisiera exprimir hasta la última gota de amor felino que tiene esta noche para mí. Lo enredo en mis piernas generando más presión con la que sigo llegando de a pocos, con cada movimiento que lo aprisiono y lo hago regalarme más de él, me mira como si no alcanzara a saciarse conmigo.
Ese gesto que se confunde entre el placer y el dolor, esa cara teñida de arcilla surcada por el sudor y los cuerpos calientes. Esos ojos que me muestran el cosmos y su boca que me sigue dando de beber.
Poco a poco, la respiración se calma, las aguas derramadas apaciguan al cuerpo. La piel siente de nuevo el aire, los sentidos regresan al exterior, el sueño llega… el sueño se va…
“¿Te gustó el baile?” Me preguntó el Rey Jaguar con el penacho en la mano y unos ojos tal como los estaba soñando.
No supe ni qué responderle, mi corazón todavía latía provocado por la fantasía de los bailes y los humos exóticos. Me sentí húmeda en mi imaginación pero actué como si nada fuera y simplemente lo seguí hacia la salida del parque.
El Rey Jaguar nunca imaginó lo que me había hecho en mi fantasía, nunca pensó que mientras él bailaba, yo lo miraba y lo convertía en mi presa nocturna.