Recapitulaciones
Nos vamos volviendo seres extraños cuando crecemos. Olvidamos valorar las cosas realmente importantes y perdemos la atención mirando pequeñeces.
El camino de la vida es una trampa de mañas, en las que caemos sin darnos cuenta de que en vez de fluir nos concentramos en no hacerlo, en desgastarnos con nimiedades que se pierden en el tiempo.
Que ¿qué es lo que a mí me gusta de la vida? Nada más que eso, darme cuenta de que todos los días es una nueva oportunidad de cambiar quien no quieres ser y ser más de lo que te gustaría ser.
Paso a pasito, poco a poco, día a día podemos transformarnos y reinventarnos. Nunca es tarde para dejar vicios, mañas y manías; nunca es tarde para hacer una pausa mental y preguntarte: ¿qué es importante? Y con base en eso darle una enderezada a los pasos.
Un pasito a la vez… dicen por ahí.
De qué sirve tanta vida si dejamos de reírla, de abrazarla, de mirarle el lado amable. De qué nos sirve tanto tiempo en las manos si no lo aprovechamos como deberíamos, con quien deberíamos, o simplemente bajo la óptica correcta.
De un momento a otro se nos va la vida. A algunos niños, a otros viejos, a algunos por la enfermedad, a otros hasta en la mejor salud. Nadie tiene la vida comprada, nadie sabe cuánto tiempo le queda para gastar o para invertir en su historia.
Lo mejor es dejar de agobiarse tanto por el pasado y comenzarlo a convertir en un presente del cual, en el futuro, no tengas nada de qué arrepentirte. Un presente lleno de segundos siendo la mejor versión de ti mismo. Esa versión no tiene materialización alguna en remordimientos.
Por qué dejar pasar un momento bello por el solo miedo a crearlo, a hacerlo y luego, con la mano en la cintura preguntarse: ¿por qué no lo hice?
Nos volvemos coleccionistas de “hubieras”, de sueños de papel que se rompen con nuestra cobardía, con la desconfianza y escepticismo de nuestras propias fortalezas. “Hubieras” que podrían ser memorias pegadas en un corcho o tatuadas en la memoria a punta de olores y sensaciones, no frustraciones revueltas en un mismo ciclo.
En el camino de esta vida uno aprende a desconfiar, ¡y cómo no! Es una sabiduría ancestral a la vez que nuestro peor maleficio. Nadie es tan bueno como parece ni tan malo como dicen, pero cuando la luz brilla en los ojos de un infante que suplica por un chocolate más, los preceptos aterrizan en el piso y se rompen como cristal. Las esquirlas se clavan para obligarte a abrir los ojos.
Y recapitulamos cuando entendemos que no somos más que un nudo de mañas, de miedos, de prejuicios, juicios y alucinaciones. Somos mucho menos de lo que fuimos e irónicamente de lo que seremos.
Así mejor, decidí cerrar los ojos y volver a empezar. Decidí amarrar a la loca interna que administra mis múltiples mañas y excentricidades y pretendo permitirle opinar menos, hasta que su voz se silencie y me deje, de una vez por todas, en paz. Y así llenar mi futuro de pasados felices y presentes tan felices que la memoria no me alcance.