Polvo de Estrellas I

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Me preguntaron si le tenía fe a la humanidad. Por un momento quedé muda y luego respondí que no. No le tenía fe a la humanidad. Al final, creía fielmente que las generaciones por venir terminarían en guerras por agua, ahogándose en los escombros de planeta que sus antepasados les heredáramos.

Imaginé que la humanidad se extinguiría: cuerpos descomponiéndose entremezclados entre teléfonos de última generación, que sobrevivirían, por siglos y siglos, incluso cuando ya todos esos cuerpos fueran polvo nuevamente.

Sí, me puedo poner muy oscura cuando me conecto con el dolor que me produce ver a mi planeta, nuestra casa, el único lugar donde nuestra privilegiada especie puede vivir, acabado por nosotros mismos: humanos enfermos de ego.

Pero la luz llega cuando el universo me pone señales como una canción de Jason Mraz que solamente me produce sentimientos de amor. Llega la esperanza porque veo a una fotógrafa expresando el dolor de los animales de la calle por medio de su arte, o porque un abogado presta sus servicios gratuitos a una organización cualesquiera que sea la causa o porque un artista quiere salvar delfines y un médico quiere cambiar la situación en Camboya, o simplemente porque alguien retweetea un mensaje de paz.

Me llega la esperanza, porque al final del día esos teléfonos de última generación nos pueden servir tanto para idiotizarnos y apagarnos el cerebro, como de gran herramienta para ser buenos seres humanos.

No hay pretexto, roomates de planeta, todos tenemos en nuestras manos la posibilidad de salvar nuestro hogar. Todos y cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de regresarle a las siguientes generaciones lo que nos hemos acabado a punta de inconsciencia, de pereza, de ego hinchado y de no salir de la zona de confort.

¿Es fácil? No, para nada, pero en qué cuento de hadas, el héroe la ha tenido fácil. La diferencia es que esto no es un cuento, es nuestra realidad: Nos estamos muriendo, terrícolas, nuestra huella ecológica es tan grande que el planeta se nos va a terminar marchitando y ese día seremos historia sin contar.

El agua se nos está acabando, estamos matando a las especies animales provocando daños serios en nuestro ecosistema. Nuestros egos nos ha llevado a no darnos cuenta de lo que estamos haciendo e, incluso, algunos sabiéndolo, seguimos cometiendo errores crasos que nos acercan, poco a poco, al final de nuestra propia especie.

No respetamos nada, pasamos dejando basura y desastre, como una plaga. ¿Han visto el comportamiento de una plaga? Sí, esos bichillos que se apoderan de una planta y por más que los combatas, terminan matándola. Nuestra especie tiene el mismo comportamiento: nos multiplicamos sin control, acabando con los recursos de esa planta que es nuestro planeta, y no pararemos hasta que nos consumamos la última gota de agua, el último animal, el final suspiro de energía.

¿¡Pero cómo vamos a ser una plaga si las plagas están hechas de seres diminutos!? ¡Por Dios! ¡Vaya tonterías! ¡Los seres humanos somos grandes!, —se pregunta— y, a la vez, asegura mucha gente.

Lo que ellos no saben es que para el infinito cosmos nosotros somos aún más diminutos que lo que esos bichitos son para nosotros: somos polvo de estrellas.

¿Quieren saber cómo unidos podemos salvar al mundo? Con gusto puedo aportar mis ideas: (escribiendo la Parte II de esta columna).

continuará…

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Ana Bolena Meléndez

La meditación es la energía que me mueve, a través de ella experimento magia. En M EDITA podrás encontrar meditaciones terapéuticas guiadas por mi, así como contenido con técnicas de respiración, visualización y sanación.

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