No me apego, no me aferro, dejo ir

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Uno de los grandes bloqueos que nos construyeron en la mente desde que somos niños son los “apegos”. Nos enseñaron que dejar ir es casi rendirse ante un sueño o meta y en ese estado mental sólo cosechamos frustraciones.

Lo primero a comprender es que nada del exterior está en nuestro dominio para ser controlado, de hecho, cuando deseamos controlar los estímulos, situaciones o personas, nos terminamos topando con la pared de la desilusión.

Si nada en el exterior está para ser controlado ¿qué está en nuestras manos para controlar? La respuesta ya la saben: nuestro mundo interior.

No podemos evitar que un amor se vaya ni que un trabajo caduque ni que un proyecto finiquite, pero sí podemos liberarnos de lo que nos ata a dichas situaciones y quedar en paz con cualquiera que sea la resolución de éstas.

Quiero poner como ejemplo el amor. ¿Cuántas veces te has aferrado a una persona que no es para ti? ¿Haz llorado y suplicado porque te tomen de vuelta? ¿Haz pedido a todos los santos porque él o ella regrese a tu lado y nunca se vaya?

Hago un resumen de mis pasos y me doy cuenta de que cada que la fuente apartó algo o alguien de mi camino, era porque su ciclo había terminado. Ambos habíamos aprendido lo que por designio divino debía ser.

Si me hubiera quedado estática todas las veces que deseé permanecer —por pura comodidad y miedo— en determinada situación, no habría podido evolucionar ni habría llegado a donde estoy, peor aún, no habría conocido a mi alma gemela.

El tiempo no se detiene, no importa cuánto desees que así sea, que Ciril@ no se vaya de tu lado, que tal trabajo nunca se acabe, o fluyes en tu caminar o te estancas en un espacio en el que las bendiciones no tienen cabida.

No puedes pedir un buen amor si persistes en retener al que tienes y no te hace feliz. Los deseos siempre deben ser acompañados con acciones que nos lleven hacia ellos, nada llegará si te quedas sentado esperando a que las cosas sucedan.

Apegarse a algo, lo que sea, no es más que la reacción del ego miedoso. El alma se expande y acepta agradecida el cambio, el alma necesita esos cambios para evolucionar, pero el ego, el mortal ego, prefiere habitar en una zona de confort que nos prepara para vivir en la mediocridad.

Prefieres un amor mediocre que estar solo y arriesgarte a que llegue el gran amor. Prefieres un trabajo mediocre que buscar y utilizar tus dones y herramientas para cumplir tu misión de vida, te estancas en una espiritualidad mediocre con tal de no profundizar y con ello sacudir tu estructura existente de creencias.

Los apegos te llevan a vibrar en una sintonía que no permite la grandeza, la potencia de tu alma, que no desata el crecimiento de tu tridimensionalidad: físico, mental y espiritual.

Para dejar ir hay que aceptar la vida tal y como es, tu camino tal y como es, la gente que se presenta en él tal y como es, tu misión tal y como es.

Así, te terminas aceptando tal y como eres y con ello llega la plenitud.

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