Malos Pensamientos: Con el Barista

IMG_7597.JPG

Todos los días lo mismo: London Fog sin azúcar, con extra vainilla.

Todos los días él. En su gafete decía Leo, sus ojos decían cómeme y eso hice. 

Cada mañana, durante menos meses de los que me habría gustado, me le comí los ojos, la boca, las orejas y hasta la nariz, mientras esperaba mi London Fog. Era poético verlo preparar el café, tenía arte hasta cuando se le caía la leche, esa torpeza tan sexy que me hacía encontrar un pretexto perfecto para sonreírle traviesa.

Sus manos tatuadas sostenían una taza en la que chorreaba café caliente que segundos después sería penetrado por la leche espumosa. Entonces, con una sonrisa blanca enmarcada sutilmente por un aro negro en el labio inferior, gritaba el nombre a quien le pertenecía la bebida.

Era inevitable verlo y fantasear. 

Leo

¡Julieta!

Inmediatamente me miró, sabe perfecto quién soy; sabe, porque me ha visto mirarlo y morderme los labios. Ahora fue él quien se los mordió después de decir mi nombre. 

Me acerqué hasta la barra con mi sonrisa más sexy y estiré la mano, tomé el vaso de cartón y nuestros dedos se entrelazaron inevitablemente, sentí su mano, casi sentí su corazón latir tan fuerte como el mío. Respiré profundamente para que no se me notaran los nervios y me di la vuelta decidida a salir, ya no quería más coqueteo… suficiente voltaje para un lunes a las ocho de la mañana. 

Salí de allí caminando rápidamente hacia mi edificio que quedaba a solo cuadra y media de allí. Me las di de muy coqueta y cuando me tocaron la mano me electrocuté.

¡Qué tonta! Pensé, me quejo de que ya no hay hombres interesantes para salir y este que claramente estaba siendo coqueto me sacó corriendo asustada. 

Metí la llave en la puerta de mi edificio y…

Leo

¡Julieta!

Volteé a mirarlo incrédula al reconocer su voz, venía hacia mí con un muffin y una bebida caliente.

Leo

Se te olvidó tu muffin

Julieta

Yo no pedí un Muffin…

Leo

Entonces… vine a tomarme un café contigo y a compartir un muffin ¿qué te parece? 


Me puse más nerviosa, me hablaba con una seguridad que le hacía incomodarse a mi entre pierna. 

Julieta

¿Y eso?

Leo

Te muerdes los labios cuando me ves, me muerdo los labios cuando te veo, qué tal comenzamos por compartir un muffin…

Me desmayé (no de manera literal pero sí en mis adentros). 

No tuve de otra, y tampoco quería otra… lo invité a subir por el mañanero… Me refiero al café, obvio. 

Nos sentamos en la barra de mi cocina, pasé nuestras bebidas a una taza de verdad, a él le di la que decía I like my lovers hot like coffee. No sé si entendió la indirecta. 

Me contó que eran sus últimos días de gerente y barista de ese café pues estaba abriendo el suyo propio, uno todo hipster bastante cerca de mi casa, me prometió muchos London Fogs de la casa una vez lo abriera. 

banner web ado 33-11.jpg

Tenía una energía increíble, alegre, un tanto hyper y unos brazos como para morirse, tatuado por donde le pasaba los ojos, me preguntaba hasta dónde llegarían los tatuajes. 

No me demoré mucho más en saber… 

Mientras me contaba sobre su sueño en proceso de manifestación, yo me concentraba en ese aro negro que viajaba de abajo a arriba, que se chupaba entre frase y frase, mientras los cortos pelitos de la barba justo debajo del labio se apretaban contra sus dientes. 

Humedad a mí…

Comencé a soltar el aire por la boca, muestra de que mi cuerpo estaba comenzando a calentarse, ya no quería escucharlo, quería comérmele ese aro de la boca hasta cambiarlo de color. 

Entonces hubo un momento de silencio, nos miramos a los ojos, ya no sentía nervios, solo sentía mi corazón latiendo, mi respiración sucediendo y mis poros erizándose poco a poco, como en cámara lenta. 

Su mano se alargó y me quitó una borona de muffin que, muy sexy yo, exhibía en mi comisura derecha. No pude más me aproveché de la borona y me fuí pegada de sus dedos hasta su boca. 

El aro fue lo primero que sentí, después lo siguió su lengua tibia, suavecita como miel invadiendo mi boca, humedeciendo mis labios, su barba picaba contra mi piel haciendo cosquillitas que me hacían preguntarme cómo se sentirían al sur de mi cuerpo. 

Pude ver en la profundidad de sus ojos miel, los primeros en penetrar cuando él estaba del otro lado de la barra y no metido en mis leggins. 

Sus manos descubrieron mis nalgas y después mis piernas y yo que no quería quedarme en desventaja le arranqué la playera descubriendo un mandala en su pecho que tracé con la punta de mi lengua, mientras perseguía las zanjas de su abdomen que me mostraban el camino hasta la cremallera de sus jeans negros. 

Ese sensual sonido del cierre del pantalón que pareciera detener el tiempo con erotismo y que revela el resorte de los boxers ya levantados con su erección. 

Metí mi mano y lo sentí orgulloso junto a su muslo apretado por la tela de jean. Sus pantalones se fueron a tener sexo con mis leggins sobre el tapete del comedor. 

Empujé mi cuerpo hacia él y me monté de frente sobre sus piernas, nuestros sexos comenzaban los primeros pasos de un baile que todavía era lento y curioso. 

Su aliento acariciaba mi oreja, mi cuello, por donde pasaba sus besos un tanto cálidos, un tanto fríos como el metal de ese arete, sus manos me tomaron del pelo y me llevaba a cabalgar en una ola de movimiento circular que me elevaba y me volvía a bajar. 

Mi cuerpo se arqueó hacia atrás dejando mis pechos sedientos por su saliva, porque ese aro sembrado entre su barba sexy, los visitara.

Y lo hizo…

banner web ado 33-12.jpg

Dibujó espirales que subían hasta la cúspide y volvían a bajar dejándome sin respiración, llevándome a mover más profundamente mi pelvis contra la suya, buscando sentirlo más cerca, más dentro. 

Me bajé de sus caderas y le arrebaté los boxers, estiré mi mano y lo llevé hasta el sofá de mi sala. Caímos sobre la tela suavecita de ese sofá que había prometido inaugurar con un buen polvo. Nunca imaginé que sería con él. 

Estaba con mi cuerpo desnudo entre el sofá y su cuerpo cincelado por los dioses del Olimpo que me apretaba entre las piernas buscando deslizarse dentro de mí. 

Quién soy yo para negarme…

Entró. Primero despacio, como queriendo hacerse del rogar. Moví mis caderas intentando llevarlo hasta ese lugar en donde lo quería sentir. Mi corazón palpitaba al ritmo de mi vientre, por momentos se confundían mis contracciones con los latidos de mi corazón. 

Bailamos esa danza primero lenta que va en crescendo. En la que se mueven los sexos como uno solo, intentando compenetrarse tanto que se fundan en el otro, en la lava, en el caos, en la marea… en su marea que me mueve de arriba a abajo, y yo me dejo. Me elevé en su espuma, en su agua salada que se me salía por los poros con cada respiración, con cada movimiento brusco de sus manos que me acomodaban de una u otra forma. 

Mi cuerpo estaba dispuesto a todos los deseos de esa visión que me llenaba de placer orgásmico, de explosiones que convertían las sensaciones en diminutos destellos de luz. 

Cada pelo habitando cada poro de mi piel estaba erecto, mirando al cielo como esperando a que Él, su Dios del momento, pasara sus dedos de satín para menguar el deseo. 

Apretó mi piel cuando se preparó para dejar salir su erótico elixir que mis caderas invocaban con cada movimiento. Su mirada, sus ojos navegando el deseo por mareas de leva, mirando mi cuerpo rebotar de arriba hacia abajo, disfrutando de mi carne moviéndose sobre él, sobre su pelvis que se proyectaba al fondo, allá en donde los orgasmos cambian de nombre…

Entonces la explosión me subió en un cohete hacia el infinito del más perfecto orgasmo, en donde la vibración se sentía en todo mi cuerpo como poseído por un placer de otro mundo. 

Exploté en mil colores, en mil texturas y sonidos. 

Exploté en agua, en tierra, en aire y en fuego, me desintegré para irme y olerle la piel una vez más, a café, a vapor de agua y ojos miel. 

Ya se había ido… había cumplido su misión. El Barista, ahora hacía parte de mi acervo de fantasías. Encarnado por un fiel amigo, mi vibrador que me recorre el cuerpo dejándose sonsacar por mis Malos Pensamientos…

Dicen que las mejores Fantasías son las que no se cumplen…

Julieta