Crónica de un asesinato anual

Winner of the Scottish Nature Photographer of the Year 2012

Cada año, los japoneses asesinan a cientos de delfines con el fin de cazarlos para obtener su carne (carne retacada de mercurio y casi un veneno para el ser humano) y los ejemplares más bellos para venderlos en acuarios alrededor del mundo que pagan más de 200 mil dólares con tal de atraer más turistas inconscientes con deseos de nadar con estos inteligentes mamíferos.

Me gustaría poder mantener este tono neutral con el que comienzo este escrito, pero no puedo evitar que la rabia, la impotencia y el asco por seres de mi misma especie, se me escape por los poros, se enrede entre mis letras y me obligue a golpear fuertemente este teclado al que quiero acabar como si fueran las cabezas de los mismos japoneses que, en este momento, clavan cuchillos fríamente en los cuerpos de nuestros pacíficos hermanos delfines.

“Cultura”, “costumbre”, así llaman ellos a lo que les parece completamente normal mientras el mundo entero demuestra, por todos los medios posibles, su repudio. Repudio por la forma asquerosa en que estos pobres animales mueren, repudio por la insensatez con la que separan a una cría de su madre solamente para que nosotros, humanos antropocentristas y enfermos, podamos satisfacer nuestros más obscenos estándares de diversión.

Y qué más podemos esperar de estos seres excéntricos llamados humanos, que por un lado califican como costumbre el asesinar a sangre fría cientos de animales inocentes y por otro lado catalogan de arte el asesinato humillante de un toro mientras beben como cosacos y se encubren en argumentos aprendidos mas no articulados.

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