Anatomía de una conciencia

Hoy se miró al espejo y vio una belleza inerte de matices deslumbrantes y cándidas sombras de agonía. Jugaba con su cabello como lo hace el sol en las cascadas desbordantes de impulso genuino, detallaba pequeños rizos en lo que ahora era un dibujar de sueños y esperanzas. Con ello intentaba buscar su esencia impregnada de adn diagramado en cada espora.

Su reflejo encegecía el bosque detrás del abedul, madera fina y crasa de un porvenir esbozado en ataduras tensas que amenazaban con reventar su paso por este mundo. Dilataba su presencia en cada ojo, que se abría para observar un paisaje personal hundido en la desesperación por dejar huella, por ser recordada, por estar presente en todos los parajes de sus puntos cardinales. Se acercó más a su vívida imagen de contradictorias obsesiones, tomó por referenciala punta de su nariz, la distancia percé más alejada de su cuerpo lángido. Olfateó el suave aroma de la ambiciosa necesidad de conocimiento, en un basto infierno de información repetida y escondida trás las llamas sigilosas de un acervo cromático desvanecido en sinfonías agrestes. Deslizó sus manos por el cuello, retomando la unión de la conciencia y la sabiduría rota por un corazón enredado en deseo, encontró sus alas renacientes, justo en la médula de las corazonadas, justo en donde la paraplejia de su feminidad aprendía a dar los primeros pasos. Desplumó el desgaste de un vuelo sin rumbo establecido, dejó caer sus vértices en el umbral de un pozo con agua turbia que apelmasaba su libertad con grasa inamovible. Detalló con lapiz labial las coyunturas de sus extremidades, dibujando gruesos ligamentos en cada una de sus rodillas, indispensable herramienta para recorrer pasos ignotos de huellas preestablecidas. Afianzó la fuerza de sus caderas para resistir el peso de un cuerpo continuamente erguido que se inclina a los lados por el viento. Tomó la gracia de sus pies y la desfiguró en pezuñas resistentes a la grava emocional arrebatadora de tierra firme; caminó. Desnudó su alma ante la brisa incesante de un amor distorcionado por el huracán hélido de un demonio inexistente. Besó sus propias manos ante ese fondo negro cristalino que duplicaba su presencia, insistente por congregarse en un mismo idilio de pétalos marchitos que aún despedían olor a rosas. Sobrepasó sus tinieblas montañosas en un barco de papel guiado por la tormena amenazante con romper la vela de su dirección, desató la cuerda guía de los vientos perpendiculares y luchó por mantener a flote la deshinibida y puntiaguda roca que advertía con desaparecer. Dio la espalda a su propia creencia de deambular su destino en capas superpuestas resguardadoras de una libertad envuelta de cadenas afelpadas. Dividió ser y conciencia en cajones lejanos que impidieran una unión permanente, escudriñó en el ropero de las tardías decisiones hambrientas de una nueva oportunidad triunfante. Mantuvo los ojos abiertos hasta que la aridéz la empujó a pestañear, delicada sensación de encuentro y reconciliación con la oscuridad iluminada que mostraba la buena cara de los sueños a ojos cerrados. En esa penumbra enigmática cuartadora de la realidad tangible, susurró el despertar de caminos inimaginados y tierras consistentes mas no palpables. Observó su sangre fluyendo en continuadas direcciones y escaladas rutas que alimentaban todos los rincones de su frígido pensamiento. Auyentó los muerciélagos que noctámbulos parodeaban la luz escondida en telarañas de acero, encendió la antorcha de la esperanza en cabidades diluidas por el olvido. Despertó a estrujones el monstruo que dormía apabullado por el aleteo oscuro de la incertidumbre y el miedo a pasos descalzos, lo dejó rugir desenfrenado, sin ataduras, lo escuchó por primera vez , lo sintió estremeciéndose en su estómago, dando zarpadas de oprobio en un cajón desgarrado en vestiduras. Despejó la neblina inocente que opacaba el horizonte en su camino, y con el sol por su testigo caminó derecho esquivando piedras y tormentas, predadores sedientos de simpleza que buscaban el primer tropiezo para devorar su ímpetu. Se desvaneció en el continuo final visible que se ríe a cada nuevo comenzar, difuminó su sombra entre el bosque en el que alguna vez se vio perdida y hoy recorre con seguridad.