Smokey eyes

SusiMakeup.com

Hoy quiero aprovechar para hablar sobre los complejos físicos que no nos dejan ser felices. Sí, ningún complejo nos va a dejar alcanzar la plenitud, porque en esa plenitud tan anhelada, como primer componente, debe haber aceptación.

Los estándares de belleza nos han jugado una pésima pasada y cualquier revista se convierte en un aliciente de más complejos y comparaciones. 

No nos damos cuenta que somos perfectos, bellos y que a medida que vivimos una vida más consciente y feliz, esa belleza se proyecta.

Todo esto viene de una reflexión mientras jugaba con mis amigas Makeup artists a hacerme unos smokey eyes y un chongo muy "annie" pero hecho por pros. Resulta que yo siempre creí que unos smokey eyes no me lucirían por aquello de tener los ojos chiquitos –no contaba con las manos mágicas de @JuliGonzalezmua–, y aunque mis ojos jamás me han representado un complejo, sí debo aceptar que de vez en vez los he querido tener más grandes, como los de mi mamá.

Desde chamaca me han dicho que tengo ojos de regalo "¡qué los abra!" , y , aunque todo el mundo lo hace con cariño, no puedes evitar que esos comentarios te hagan cuestionarte tu propio físico.

Así pasa con el resto de nuestro cuerpo. Si crecemos creyendo que tenemos determinados defectos, con el tiempo, se nos convierten en complejos ¿no sería más lindo vivir sin el agobio de un complejo?

Yo tuve varios de chiquita. Vengo de una familia colombiana, de Medellín, allá las mujeres son voluptuosas,  el cuerpo de la mujer paisa –así se le llama a las de Medellín, tiende a ser lo que conocemos como "sabrosón".

Desde pequeña he sido flaca –bueno... los 30 se encargaron de modificar eso un poco–, pero siempre tuve el complejo de la flacura. Veía a mi mamá con un cuerpazo, mi prima, mi tía y básicamente todas las mujeres con las que convivía cuando visitaba a la familia en Medallo –como le decimos a Medellín. 

A mis pocos años, estoy hablando de 10 años, comenzaron a subir a la superficie estos complejos. Al ser tan flaquita, por supuesto, no tenía un trasero grande sino proporcional a mi cuerpo, pero yo quería justo eso que tenía mi familia: piernas torneadas, nalga voluptuosa, cadera marcada etc.

El tiempo me llevó a explorar mis complejos y llegué hasta los 15 años usando hombreras en las bubis y relleno en las pompas. 

Me resulta gracioso recordarme cada que me vestía, era una cantidad de cosas que iban debajo de mi ropa y que me hacían sentir agridulce al mirarme al espejo. Dulce, porque podía verme con eso que no tenía, o sea, los otros lo verían y ya no me dirían que era la única colombiana escuálida, y agrio porque en el fondo no estaba aceptando mi cuerpo.

Gracias a que trabajé mis complejos y aprendí a aceptarme, las hombreras salieron de mi bra –y me saqué de la cabeza la pésima idea de operármelas– y los paliacates apilados, de mis pompas. También, dejé de usar mallas de lana, una sobre otra, para poder ver mis piernas más llenitas debajo de unos jeans que escasamente eran mi verdadera talla.

De verdad, la pasé mal cuando no me aceptaba, era desgastante, tortuoso y por supuesto angustiante porque pensaba en la humillación si alguien se diera cuenta de eso.

Ahora, en retrospectiva me doy cuenta de que esos complejos nacieron de simples comentarios que nada tenían que ver conmigo sino con sus propias percepciones. Mi madre siempre me enseñó a aceptarme, para mi papá siempre he sido lo más bello del mundo, aún así, comentarios de otras personas me hicieron cuestionarme la contextura de mi cuerpo al grado de tener que disfrazarlo a punta de rellenos.

Hoy, sin ningún complejo, reconozco mi sufrimiento aquellos días, cuando pude haber estado en el vórtice de todo tipo de desórdenes simplemente por no aceptarme tal y como era.

La belleza es subjetiva, Ciril@s, la belleza nace no de los estándares que nos pongan, ni de lo que otros piensen de nosotros, sino de lo que nosotros mismo vemos en el espejo, cómo lo vemos, cuánto lo aceptamos.

Es en ese aceptarnos, que llega la plenitud.

Todo mi amor para ustedes, 

Anna Bolena